Con ocasión de los 50 años de la expedición del Código Nacional de los Recursos Naturales y del Medio Ambiente, su gran promotor, el ambientalista Julio Carrizosa, recibió el pasado 19 de marzo la Orden de la Democracia Simón Bolívar, máxima distinción de la Cámara de Representantes. Aquí las palabras que su colega Pablo Leyva escribió y leyó en el homenaje.
Herederos de múltiples culturas y de una civilización perpleja ante una realidad cuya complejidad no sabemos abordar, estamos en un punto de ruptura que nos llevará a enfrentar una nueva condición de equilibrio del mundo natural en el planeta y en nuestro país.
El desarrollo desigual impulsado por energías, algunas capaces de destruir el mundo como lo conocemos, utilizadas en exceso en los dos últimos siglos para el crecimiento desmesurado de las fuerzas productivas, la elaboración de mercancías, su consumo y para soportar las estructuras de poder, ha producido una gran transformación del mundo natural, ecocidios, desigualdades enormes, injusticias, degradaciones sociales, conflictos, crímenes, genocidios y tensiones, que en un juego imparable de poderes adictivos, mantienen una guerra de bordes, cuya explosión desquiciada y potencial amenaza a la humanidad entera.
Esta mezcla de culturas hace parte de la fuerza de la naturaleza humana. En nuestro territorio se dio con la migración de los pueblos originarios y la llegada posterior de los ibéricos, producto a su vez de múltiples interacciones desde la antigüedad y de al menos tres culturas dominantes en el momento de la conquista: los españoles, los árabes y los judíos. Los dos últimos perseguidos y expulsados; los judíos, muchos conversos, emigraron al nuevo mundo. La incorporación de mano de obra africana esclava trajo nueva población, su aporte étnico y cultural se desconoció hasta hace poco.
La adaptación de estas culturas a un medio natural diverso, climas extremos, una geología peculiar y activa, una geografía agreste y variada, exigió diversidad de acomodos territoriales, expresiones materiales, culturales y medios apropiados para los intercambios. La condición natural aprovechada con inteligencia y frugalidad por los indígenas limitó las nuevas formas de producción e intercambio de los europeos, aunque la experiencia en la península ibérica facilitó la adaptación. La naturalidad paisajística de los poblados y las formas de aprovechamiento colonial del territorio son una muestra; son evidentes también los impactos en la naturaleza, semejantes a los causados en España. Este choque de culturas tuvo manifestaciones violentas que dejaron marcas profundas que es necesario explicitar, para no repetir violaciones a los derechos humanos y genocidios, como sucede en la actualidad, y tomar medidas con el fin de aproximarnos a un verdadero encuentro e integración étnica y multicultural.
El desarrollo de las fuerzas productivas y los intercambios de mercancías en el escenario mundial después de la conquista, convirtieron al Nuevo Reino de Granada en proveedor de recursos, para soportar las ambiciones de poder y los conflictos de las potencias, de lo que no hemos podido desligarnos. La crisis de las potencias, las nuevas necesidades de explotación, las restricciones del medio natural, la exigencia cada vez mayor a los criollos, encomenderos y a las clases trabajadoras especialmente, indígenas, esclavos, siervos y aparceros, así como los procesos revolucionarios político culturales en Norteamérica y Europa, crearon una condición favorable para la emancipación de las colonias. En nuestro caso, estuvo acompañada de desarrollos político-culturales y científicos, que despertaron la inteligencia y respaldaron el llamado a la rebelión.
La nueva nación se enfrentó a la geografía compleja, estructuras tradicionales y conflictos por el poder, el dinero y el control de la tierra, que permanecen con distintas manifestaciones; fueron condiciones difíciles para competir en los nuevos mercados e integrarse a la economía mundial. El café en plantaciones y luego en pequeños cultivos en el bosque surgió como un producto adaptado al medio y la cultura locales, que encontró un mercado externo favorable. El crecimiento económico llevó a la economía cafetera a privilegiar la rentabilidad; con este mismo objetivo económico en el sigo XX se abrió el espacio para los cultivos de plantación y productos de la minería, el petróleo, la marihuana y la coca. Esto produjo transformaciones, con impactos sobre el medio natural que lo degradaron, contaminaron y destruyeron en algunos casos. Esta forma de producción económica financiera dominó la cultura y la política, alentó el aumento de la población y estimuló la creencia en un crecimiento sin límite; con este proceso se dieron las condiciones para la pobreza, la miseria, las migraciones y la desigualdad rural y urbana que aclimataron el conflicto social, político y militar.
Este modelo basado en el crecimiento económico, la ganancia y el consumo ha sido cuestionado por movimientos sociales, científicos, culturales y políticos, que han luchado por conocer el territorio, evolucionar social y políticamente, consolidar las instituciones y fortalecer la democracia. Siempre, en medio del conflicto, que cada vez muestra mayores alcances, dificulta la vida en sociedad y amenaza sin consideración lo construido.
La experiencia mutisiana de la Expedición Botánica y su entorno político sigue siendo un elemento poderoso del imaginario colectivo y parte esencial del proyecto social y político nacional. Dentro de este proceso histórico, hoy celebramos el reconocimiento del Congreso nacional a Julio Carrizosa Umaña, una de las personas que más ha contribuido desde el ambientalismo complejo a afianzar la construcción de nuestra sociedad.
Ingeniero, economista y filósofo, desde muy joven se destacó en la búsqueda de las raíces culturales y el interés por lo ambiental, temas que impulsó como director del Instituto Geográfico Agustín Codazzi, con proyectos de conocimiento del territorio y la dinámica de sus transformaciones. También invitó a personas de múltiples áreas del conocimiento a reflexionar sobre el país desde una aproximación ambiental, en lo económico, social, cultural y natural. El diálogo se dio en una afortunada confluencia de circunstancias; el grupo se reunió en el IGAC, heredero de La Comisión Corográfica, y estuvo además el padre Enrique Pérez Arbeláez, asesor del director, que representaba la tradición de la Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada y sus múltiples expresiones. Esto atrajo profesores del Instituto de Ciencias Naturales y varios departamentos de la Universidad Nacional y de otras universidades y regiones.
Se gestaron ideas y propuestas que trascendieron el IGAC; la magia y la fuerza del momento afectó la realidad nacional. Alentaron el proyecto personalidades científicas e intelectuales internacionales y lo favoreció un entorno mundial en el que fluían ideas como las planteadas en la Primavera Silenciosa, La Conferencia de Estocolmo sobre el Medio Humano, Los Límites del Crecimiento, propuestos por el MIT y el Club de Roma, y el programa de El hombre y la Biósfera, que inciden en la ONU, la Unesco, la FAO y la OEA. Además, contribuyeron a la creación del PNUMA y transformaron realidades. Esto no determinó el pensamiento ambiental nacional, que tuvo desde el comienzo una dinámica propia e iniciativas locales y que aportó e hizo parte del movimiento mundial. Pérez Arbeláez y varios científicos del grupo del IGAC denunciaron la destrucción de la Amazonia, la explotación de la fauna silvestre, la alteración de los ríos y el peligro de los contaminantes.
La situación política era tensa por el conflicto interno e internacional en los años setenta. Se sustrajo del Ministerio de Agricultura el manejo y la administración de los recursos naturales y se creó el Inderena. Varios escándalos sacudieron a la nueva institución; la crisis era profunda y el Gobierno nacional le solicitó a Julio Carrizosa su ayuda. Esto permitió una plataforma institucional para la proyección del movimiento liderado por él; despegó entonces un proceso político, científico, técnico y jurídico de gran alcance; en tiempo récord se elaboró el Código Nacional de Recursos Naturales Renovables y de Protección al Medio Ambiente (Decreto 2811 del 18 de Diciembre de 1974) y se reformó el Inderena para incorporar lo ambiental y tener en la junta directiva a los ministros de Agricultura y Salud, dos representantes del presidente de la República, el IGAC, el HIMAT y la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos.
El Código integró la naturaleza y el ambiente al acuerdo social; fue un cambio mayor, una nueva concepción política. A partir de ese momento, el modelo de desarrollo debe ser económico, social y ambiental y tener la cualidad de la sostenibilidad, para no superar los límites impuestos por los geo-ecosistemas y la naturaleza, garantizar sus equilibrios y ofrecer a las actuales y futuras generaciones unas condiciones dignas de vida. El Código representó la apertura del acuerdo social a la posibilidad de explorar nuevos caminos para abordar la complejidad del desarrollo humano en el mundo natural, lo cual es muy distinto a la idea de regular y encauzar el mundo. Esto exige una nueva cultura, ciencia e ingenierías que integren lo ambiental a su ejercicio y faciliten el licenciamiento que debe ser universal.
En el Inderena trabajó un grupo transdisciplinario, convocado por Julio Carrizosa, abierto a la colaboración e interacción con funcionarios, científicos y técnicos de todas las entidades y la sociedad. La institucionalidad se integró al territorio, el ecodesarrollo estuvo presente como idea de fondo y se construyeron en la praxis los programas para enfrentar y resolver los problemas ambientales. Se asoció el conocimiento tradicional y el científico con tecnologías avanzadas. Las normas y decretos reglamentarios del Código se concretaron en este proceso de interacción entre la institucionalidad, la sociedad y la naturaleza en el territorio. Esto, por ejemplo, inspiró la coexistencia de las comunidades indígenas con la conservación en la legislación de Parques Nacionales Naturales (PNN).
Múltiples frentes se abordaron desde el Inderena, con amplia participación de las comunidades, instituciones nacionales y el apoyo de 15 organismos internacionales y cinco países.
Se inició un sistema de información, investigación, educación, comunicación, divulgación y se impulsaron centros de capacitación regionales. Se trabajó en aprovechamiento forestal sostenible en el Carare Opón. Y en desarrollo forestal en Caquetá, Costa Pacífica y Región Central. Se organizaron bosques comunales y se integraron al Desarrollo Rural Integral bosques, suelos, aguas y la piscicultura rural y de subsistencia. Se establecieron estaciones de acuicultura en todas las regiones. Se trabajó en prevención y protección de la erosión de suelos en áreas críticas y defensa de cuencas. Se continuaron los estudios de la Cuenca Magdalena Cauca y la Mojana y se iniciaron los de aguas subterráneas en la Guajira. Se trabajó en fauna terrestre especialmente con especies amenazadas.
Con el PNUMA se adelantó el primer proyecto mundial de Ecodesarrollo de acuerdo con la naturaleza del territorio y formas de vida de las comunidades en la Ciénaga Grande y en la Sierra Nevada de Santa Marta.
Se crearon áreas de manejo integrado, la del Canal del Dique entre otras. Y también la reserva de los cerros de la Sabana de Bogotá. Se declararon 13 nuevos Parques Nacionales Naturales, seis santuarios de flora y fauna y se ampliaron otros PNN. El establecimiento y cuidado de áreas protegidas y su integración a las estructuras urbanas y rurales es la mejor estrategia de desarrollo. Hoy debemos luchar porque Gorgona no se convierta en una base militar.
En el Inderena se enfrentó el extraño hundimiento del petrolero “Saint Peter” en cercanías de Tumaco y la contaminación por mercurio de la bahía de Cartagena y el cierre de la planta de Álcalis.
Con múltiples dificultades, como sucedió con el Código, se lograron expedir 15 decretos reglamentarios, gracias a una decisión inequívoca del presidente Alfonso López Michelsen. Este segundo logro normativo no tuvo la divulgación que merecía por decisión de Julio Carrizosa, quien consideró que no era oportuno dado el momento político del país y las fuertes reacciones y amenazas.
Esta visión de futuro abrió el camino para los desarrollos ecológicos y político-ambientales de los posteriores gobiernos que así lo quisieron. Una propuesta ambiental se envió a la Constituyente de 1991; Manuel Rodríguez Becerra, desde el Inderena, contribuyó a reforzar el ambiente político, apoyó la Constituyente y se logró una Constitución verde; después dirigió la formulación a ley 99 de 1993, que creó el Sistema Nacional Ambiental, el Ministerio de Medio Ambiente, organizó el manejo descentralizado de las corporaciones autónomas regionales, los Parques Nacionales Naturales y áreas protegidas, y estableció cinco institutos de investigación e información, dio atribuciones ambientales a las autoridades regionales y conformó un Consejo Nacional Ambiental que articula Planeación Nacional, los ministerios sectoriales, la academia, las comunidades y las autoridades administrativas, entre otros.
Cincuenta y un años separan el Plan de desarrollo “Las cuatro estrategias” que incluía la explotación y exportación de la fauna y la flora silvestres, del Plan “Colombia potencia mundial de la vida”, basado en “el ordenamiento del territorio alrededor del agua y la justicia ambiental” incluye también la reformulación del modelo de desarrollo en lo económico, social y ambiental y el posicionamiento del país en el escenario ambiental mundial. El actual plan de desarrollo permite impulsar un desarrollo sostenible. Esto demanda un esfuerzo enorme para lograr la transición económica, social y ecológica. Exige consenso y una evolución cultural y política que supere concepciones arraigadas desde la ilustración.
Este cambio es ineludible pues el modelo actual superó los límites del crecimiento anunciados desde 1972 y su continuación es más costosa que los beneficios, con el agravante de la posible ruptura de los equilibrios ambientales de los geo-ecosistemas y la aparición de nuevas condiciones para la vida planetaria y las consecuencias que ya son evidentes en todos los aspectos de la cotidianidad. “Extremos son los daños, la amplitud de los efectos y la violencia de su aceleración”. Nuestro mundo no será el mismo en lo rural, en lo urbano y en sus interacciones.
Lo ambiental debe estar en el debate público para evidenciar que no se trata sólo de controlar los factores que producen el daño, sino de la urgencia de tomar medidas de adaptación, “sin nostalgia ni fatalismo”. No hay tiempo; las soluciones deben contemplar la complejidad y la incertidumbre. Acelerar el modelo actual o equivocarse en la mitigación o en la adaptación puede agravar los problemas. Para alcanzar la paz, tenemos que replantear nuestra relación con la naturaleza.
Es necesario complementar y ajustar las estructuras institucionales, establecer un nuevo sistema parlamentario, y una cuarta rama del poder que represente lo ambiental, con fundamento en una institucionalidad que produzca información y conocimiento independiente del gobierno. Este se debe democratizar y al igual que todo el sistema de decisiones debe ser plural, rotatorio y participativo. Este desafío exige evolucionar, claridad, transparencia, compromiso y el consenso de todos los sectores sociales.
Usted, doctor Julio Carrizosa, como un inspirador del proceso, así como todas y todos quienes han participado en esta historia de trasformación nacional, han demostrado su compromiso con el país, en “América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas”, como dijo García Márquez, Fuente: El Espectador.